Quedó ya reflejado en reflexiones anteriores, la capacidad tecnológica doblemente sorprendente de la actualidad; capaz, por un lado, de llevar a cabo una digitalización masiva de libros, e igualmente capaz, de distribuir esta información por el mundo. Así, en el siglo X D.C., bajo un sol implacable, las jorobas de cuatrocientos camellos ─dóciles y resignados─ de Abdul Kasem Ismael (Saheb) soportaban en las travesías del espacioso y caluroso desierto, el peso de su magnífica biblioteca de más cien mil volúmenes. Hoy, el Gran Visir Persa, solo necesitaría un portátil ligero y una conexión a internet.
Nos ocupamos ahora, de un grave inconveniente anejo a esta tecnología prodigiosa. El hecho constatable, de que igualmente es posible poner en la web, todo tipo de comentarios e informaciones (veraces o no, contrastadas o no) por parte de cualquier usuario. Esto, dificulta y enmascara la información real y auténtica que se espera conseguir del entorno remoto.
Así pues, estamos ante un hecho pernicioso, la hiperinformación, abundancia desmesurada de datos, muchos no del todo ciertos. Esta información no contrastada ni regulada (pero abundante), dificulta la tarea de los buscadores, confundiéndolos a veces. Este hecho nos lleva, en busca de la verdad, a estar precavidos contra rumores y bulos existentes en la red.
Se impone pues, la necesidad de establecer unos protocolos de búsqueda de información que distingan la veracidad y autenticidad y que detecten lo dudoso o lo inequívocamente falso. Estos protocolos para la búsqueda de la información, pasan por la necesidad de evaluar las fuentes que suministran los datos y, de otra parte, por contrastar siempre la información, como ya expuse en la entrada anterior.
A pesar de las dificultades de lo que hemos llamado, hiperinformación, es preferible un exceso a un déficit de información, siempre y cuando seamos conscientes de la necesidad de estos procedimientos discriminatorios que contrasten los datos y evalúen las fuentes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario