domingo, 25 de marzo de 2012

7ª.- Sobre el plagio.

Toda creación que se precie, sea artística, literaria, informática, cinematográfica, filosófica, etc. podremos decir que es inédita y auténtica, cuando en su esencia es original, y está libre de toda sospecha de plagio, imitación o copia de otra obra de índole similar.
El plagio supone una afrenta al talento, pues hiere el orgullo del espíritu creador e innovador.
El que copia, no puede más que pretender, apoderarse del nombre del autor y alcanzar fama e importancia con sus ideas. Así lo dice Cervantes en clara referencia al quijote de Avellaneda: “…sólo ha querido usurpar mi nombre y honrarse con mis pensamientos”
Debemos por lo tanto ser, en lo posible, auténticos (algo verdaderamente difícil en un mundo superficial) y si esto no fuere así, ser consciente de nuestras limitaciones y tener un respeto exquisito por toda obra creada, citándola formalmente si hiciéramos uso de ella.
No obstante la existencia del plagio, nuestra reflexión nos lleva a conjeturar, que toda obra por auténtica que sea, estará impregnada del aprendizaje de su autor, y siempre tendrá pinceladas de sus maestros. Muchos autores inevitablemente, aún teniendo un estilo propio y original, han quedado marcados por sus dioses. Y esta impronta, patente en sus obras, no ha de ser considerada plagio, sino admiración por aquellos antepasados que han esculpido su carácter y modelado su conducta.
Así por ejemplo; Euclides se inspiró en Pitágoras, éste, en Thales de Mileto y probablemente este último en los grandes y desconocidos maestros de la cultura Egipcia; o por ejemplo, los filósofos presocráticos influyeron en Sócrates, que a su vez influyó en Platón, éste en Aristóteles…
Quedamos todos pues, obligados a citar respetuosamente, aquellas fuentes de nuestra creación, y a los autores que nos influyeron en nuestro estilo, o que al menos, colaboraron en algo, en la composición de nuestro trabajo, sea de la índole que sea.

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