Hoy
reflexionamos sobre el discurso en público.
Vimos, en anteriores reflexiones, las distintas formas de presentar
nuestro trabajo, constatando que algunos tienen más destreza en la comunicación
escrita que en la comunicación oral. Cuando optamos por la comunicación escrita
somos guionistas de una ‘película’ y el factor “miedo escénico” es inexistente,
puesto que, evidentemente, no hay escenario alguno, o por mejor decir hay un
escenario sin proscenio, sin público presente. Cuándo nuestro trabajo debemos
exponerlo de forma oral ─aun siendo
nuestro objetivo el mismo, es decir, comunicar efectivamente un mensaje a unos
receptores─ pasamos de ser guionistas a
protagonistas de esa ‘película’ sobre
nuestro trabajo de investigación. Aparecen pues numerosos retos que
antes en el trabajo escrito no existían.
El primero de ello, es el miedo y los nervios, que deberemos aprender a
templar y a disipar. Otro reto no menos difícil de sortear, es el aspecto
físico del discurso, no nos referimos a nuestra presencia (también importante)
sino a la voz, la cual es fundamental para ganarnos la atención de los
oyentes; ésta, aunque determinada por
nuestra genética, es también al igual que los nervios (genéticamente
determinados), modelable y ejercitable para ser mejorada. Estos dos aspectos,
si cuando vinimos al mundo los trajimos de serie tendremos mucho ganado, por el
contrario si nuestras condiciones innatas no son favorables, el trabajo previo
para ser un buen orador es arduo e imprescindible.
Una vez nuestro trabajo este perfectamente organizado, estructurado y
reflexionado. Debemos anticiparnos en la prevención de numerosos inconvenientes
que pueden asaltarnos en el camino, siendo conscientes de ellos como son: reconocimientos de fortalezas
y debilidades personales; desarrollar seguridad y confianza; lenguaje corporal (plasticidad
y atracción); intervenciones del público o audiencia…
Llega la hora de saltar a escena.
Allí, vemos el público silencioso y acechante, dispuesto a evaluarnos en
los más infinitesimales detalles. Y aun habiendo anticipado los posibles
peligros, otros pueden aparecer imprevistamente, y debemos solucionarlos
haciendo gala de lo que llaman improvisación.
Finalizada la
experiencia, es el momento del análisis y de la evaluación, para aprender de
los errores aceptándolos y enfrentando la crítica para asumirla
constructivamente.
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