miércoles, 16 de mayo de 2012

15ª.- Presentación oral.


Hoy reflexionamos sobre el discurso en público.
Vimos, en anteriores reflexiones, las distintas formas de presentar nuestro trabajo, constatando que algunos tienen más destreza en la comunicación escrita que en la comunicación oral. Cuando optamos por la comunicación escrita somos guionistas de una ‘película’ y el factor “miedo escénico” es inexistente, puesto que, evidentemente, no hay escenario alguno, o por mejor decir hay un escenario sin proscenio, sin público presente. Cuándo nuestro trabajo debemos exponerlo de forma oral  ─aun siendo nuestro objetivo el mismo, es decir, comunicar efectivamente un mensaje a unos receptores─  pasamos de ser guionistas a protagonistas de esa ‘película’ sobre  nuestro trabajo de investigación. Aparecen pues numerosos retos que antes en el trabajo escrito no existían.
El primero de ello, es el miedo y los nervios, que deberemos aprender a templar y a disipar. Otro reto no menos difícil de sortear, es el aspecto físico del discurso, no nos referimos a nuestra presencia (también importante) sino a la voz, la cual es fundamental para ganarnos la atención de los oyentes; ésta, aunque  determinada por nuestra genética, es también al igual que los nervios (genéticamente determinados), modelable y ejercitable para ser mejorada. Estos dos aspectos, si cuando vinimos al mundo los trajimos de serie tendremos mucho ganado, por el contrario si nuestras condiciones innatas no son favorables, el trabajo previo para ser un buen orador es arduo e imprescindible.
Una vez nuestro trabajo este perfectamente organizado, estructurado y reflexionado. Debemos anticiparnos en la prevención de numerosos inconvenientes que pueden asaltarnos en el camino, siendo conscientes de ellos como son: reconocimientos de fortalezas y debilidades personales; desarrollar seguridad y confianza; lenguaje corporal (plasticidad y atracción); intervenciones del público o audiencia…
Llega la hora de saltar a escena.  Allí, vemos el público silencioso y acechante, dispuesto a evaluarnos en los más infinitesimales detalles. Y aun habiendo anticipado los posibles peligros, otros pueden aparecer imprevistamente, y debemos solucionarlos haciendo gala de lo que llaman improvisación.
Finalizada la experiencia, es el momento del análisis y de la evaluación, para aprender de los errores aceptándolos y enfrentando la crítica para asumirla constructivamente.





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